Después de tres días en tierras gallegas, los seminaristas del Menor y del Mayor, así como sus formadores, regresamos en la tarde del domingo 7 de noviembre de Santiago de Compostela, adonde habíamos peregrinado para ganar el Jubileo del Año Santo en el mismo fin de semana en el que visitaba la ciudad atlántica el Santo Padre, Benedicto XVI.
Los seminaristas y formadores hemos regresado cansados, es verdad, pero muy contentos y emocionados de haber podido compartir estas horas junto al Santo Padre en Santiago. Nos hemos sentido muy felices de experimentar la catolicidad y la apostolocidad de la Iglesia junto a Pedro; y, al mismo tiempo, de poder decirle a Pedro que, desde las pequeñas barcas de nuestras vidas, como afirmó el Arzobispo de Oviedo, Julián Barrio, le acompañamos en su pesca y faenas diarias.
Los jóvenes peregrinos, que nos alojamos en el Seminario Menor de la Archidiócesis compostelana junto a los seminaristas menores de la Archidiócesis de Oviedo, participamos el viernes, a las diez de la noche, en la Vigilia de oración que tuvo lugar en la iglesia parroquial de San Francisco y que fue presidida por el Arzobispo compostelano, y a la que acudieron cientos de jóvenes y la práctica totalidad de los obispos miembros de la Conferencia Episcopal Española, entre los que se encontraba nuestro querido Obispo, Mons. Gerardo Melgar Viciosa, que ha acompañado al Santo Padre en todo su periplo por tierras españolas.
El sábado 6, día en el que el Santo Padre llegaba a Santiago, llegamos muy temprano a las inmediaciones de la Plaza del Obradoiro, centro neurálgico de la Visita papal, donde a primeras horas de la mañana se agolpaban miles de personas para poder acceder a la Plaza tras sortear los exigentes controles de seguridad. Tras dos horas de espera y lento avance accedimos al Obradoiro, de donde no salimos hasta caída la noche sobre la ciudad compostelana.
Desde las pantallas gigantes instaladas en la Plaza pudimos seguir con gran emoción y alegría el acto de recepción del Sumo Pontífice en el aeropuerto de Labacolla hasta casi la una del mediodía, momento en el que el Papa accedió a la Catedral y desde donde, minutos después, se asomó a la Plaza del Obradorio, donde nos encontrábamos, para saludar cariñosamente y con emoción a los miles de personas (muchísimos de ellos jóvenes) que habíamos logrado llegar hasta allí.
Tras este acto tuvimos que aguardar algunas horas hasta que, pasadas las cuatro y media de la tarde, y después de la llegada de Sus Altezas Reales, los Príncipes de Asturias, llegaba el Santo Padre a la Plaza para revestirse y dar inicio a la solemne Eucaristía concelebrada por cerca de un millar de presbíteros y ciento cincuenta Obispos, Arzobispos y Cardenales.
Finalizada la Eucaristía y casi afónicos de gritar para demostrar nuestro amor incondicional al Papa, éste abandonó la Plaza dirección al aeropuerto de Santiago para emprender rumbo a Barcelona, donde al día siguiente continuaba su Visita pastoral. Había caído la noche sobre la ciudad así que tras dar un pequeño paseo y cenar en un típico restaurante compostelano marchamos al Seminario Menor a descansar.
El domingo 7 de noviembre “tocó” madrugar otra vez aunque para algo que mereció la pena. A las siete de la mañana pudimos celebrar la Santa Misa en la cripta del Apóstol Santiago, en la Catedral, y visitar el templo (deteniéndonos en el pórtico de la gloria, iluminado con los primeros rayos de luz del día). Habiendo regresado al Seminario, y sobre las nueve de la mañana, emprendimos el viaje hacia El Burgo de Osma adonde llegamos a media tarde.
Emoción, cariño y alegría han sido los tres sentimientos que han marcado la peregrinación a Santiago de Compostela: emoción por poder estar cerca del Santo Padre; cariño hacia el Papa para demostrarle que, a pesar de las dificultades, le queremos; y alegría inmensa por comprobar que pertenecemos a una Iglesia que es joven, que está viva y que necesita de nosotros, de nuestras manos, de nuestras vidas.
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